EMILIO
PASTOR: In memoriam
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Estuve
en tu entierro, pero noté que faltaba algo.
Mucha gente, algunos conocidos, varios ramos de flores,
varias coronas…, sí, pero faltaba la
nuestra; la de la Asociación de Antiguos Alumnos
de Cristo Rey y Miralar a la que tú pertenecías
y a mí me enorgullece presidir porque teniendo
a personas como tú es como si le dieran más
valía.
Quiero que estas mis memorias del colegio, estos recuerdos
en los que tú fuiste protagonista los consideres
como las flores de tu Asociación que ahora
adornan tu tumba.
Emilio,
descansa en paz |
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2º
de Oficialía
El
Dibujo nos lo daba Emilio Pastor –el Pastor-, un señor
joven, muy inteligente y un gran profesor. Fumaba muchísimo
e incluso nos parecía que se quedaba con todo el humo adentro,
no se lo veíamos echar por ninguna parte.
Un día le mandaron del pueblo a mi amigo Julián
Delgado una caja con chorizos y “otras ayudas contra el
hambre”. El Pastor era una persona muy seria pero sabía
aceptar de vez en cuando una broma. Siempre al empezar la clase
teníamos unos minutos de relajación en los que sacaba
a salía a relucir algún suceso gracioso que había
oído o le había sucedido.
Ese día cogimos uno de los chorizos de Julián y
lo colgamos del tubo fluorescente que estaba justamente encima
de la mesa del profesor. Cuando empezó la clase no hubo
ningún minuto para chorradas por parte del Pastor, aunque
nosotros estábamos preparados para armar un poco de juerga
a costa del chorizo.
Él nos miraba extrañado porque veía que todos
nosotros no le hacíamos ni caso y teníamos toda
nuestra atención puesta encima de su cabeza, en aquel chorizo
de Tapioles que tenía una pinta extraordinaria. Al fin
pudo llevar su mirada junto a la nuestra hacia aquel delicioso
objetivo.
Tenía una risa muy contagiosa, y nosotros lo único
que tratábamos era de provocar esa risa de algún
modo. Esta vez lo conseguimos, y con su risa llegó la carcajada
general de toda la clase.
Creo que era el mejor profesor que teníamos. Todos estábamos
muy contentos con él, sabíamos que si suspendía
a alguno era porque realmente no estaba fino en la materia. Al
final de curso, por no andar fino en la materia, fui una de las
numerosas víctimas de esta asignatura. Me quedé
en un 4,5 y me tocó ir en septiembre a recuperar.
En septiembre, después de estar todo el verano empollando
la teoría no tuve ningún problema en aprobarla.
Malabarismos
Como en la clase había de todo, no podía faltar
el copión, el clásico tío que aprueba todos
los exámenes que puede a base de copiar. Me refiero a Salvador
Pérez Ortega, Ortega, de Santovenia de Pisuerga; un verdadero
especialista en estas lides; un extraordinario malabarista con
los libros y los apuntes en los exámenes, y uno de los
mejores a la hora de las prácticas de taller; que todo
hay que decirlo. Era un manitas.
Era un verdadero espectáculo verle copiar, al igual que
eran una maravilla sus instalaciones en el taller.
Como lo que quiero contar son sus maniobras en los exámenes
teóricos, dejaremos a un lado sus buenas aptitudes.
Llevaba a los exámenes todos los apuntes que tuviera a
mano. Le daba lo mismo que el profesor estuviera vigilando estrechamente
para que nadie copiara. Él se las apañaba para que
todo su examen saliera de chuletas y otras artimañas ilegales.
Un día hicimos un examen teórico de dibujo. Al día
siguiente, una vez corregidos los exámenes por nuestro
profesor, el señor Pastor; éste se dispuso a decir
las notas de los exámenes. Cuando llegó a Ortega,
le extrañó mucho su examen; debía estar muy
bien, casi calcado. El profesor mosqueado, no se fió y
le dijo:
–Ortega, tú has copiado.
–¿Yo? Yo no–. Dijo Ortega.
–Sí, sí que has copiado-. Insistió
el Pastor. –Y si no, mira, te voy a hacer una pregunta del
examen.
Le preguntó una de las cuestiones del examen, y Ortega
no sabía ni qué hacer, ni qué decir, porque
no tenía ni puñetera idea. El caso es que el Pastor
le puso un “0” como un catedral. Por malo, por copiar.
Esto no le importó a Ortega lo más mínimo
porque era lo único que podía hacer para aprobar
los exámenes. Lo de estudiar no era lo suyo y su única
alternativa era copiar.
3º
de Oficialía
Este
curso nos daba Tecnología el Pastor; el de la risa contagiosa,
el coracha que no expulsaba el humo cuando fumaba; el antiguo
profesor de dibujo, el gran profesor.
Seguíamos teniendo unos minutos para contar anécdotas
antes de empezar la clase en serio.
Un día apareció en clase riéndose a carcajada
limpia. Se sentó en su sillón y seguía riéndose.
Nosotros, al verle, aunque no sabíamos los motivos de su
risa, aprovechábamos para reírnos también.
La risa siempre ha sido una cosa muy cara. Siempre ha escaseado
y he de decir que para mí es una de las cosas de más
valor. Si todo el mundo riera podríamos estar orgullosos
de que muchos de los problemas que nos aquejan habrían
desaparecido, o por lo menos se habrían olvidado por unos
momentos, que no es poco. La mejor manera de mostrar la felicidad
que uno lleva dentro es expresarla exteriormente con la risa.
Al fin, el Pastor se destapó y decidió, para justificar
su risa, explicarnos el motivo de la misma:
Acababa de salir de la clase de 1º de Maestría de
Electricidad, donde uno de los alumnos de esa clase, tras escuchar
la lección del día cuyo tema eran los condensadores,
le había expuesto lo siguiente:
El condensador sólo se puede utilizar en corriente alterna
porque partiendo de su símbolo, de representación
gráfica
veremos que los electrones que circulan por un circuito de corriente
continua se chocan contra las paredes y la corriente ya no circula.
En cambio, con la corriente alterna es diferente, porque como
su nombre indica no lleva nunca continuidad y va alternando, es
decir, saltando. Entonces cuando llega a las paredes, salta, haciendo
que el circuito no se corte, y aunque algunos electrones no pasen
porque caen en el pozo “C”, no pasa nada, porque la
mayoría saltan las paredes.
Mientras contaba esto, se cortaba soltando unas risotadas estruendosas
diciendo:
-Si es que cada vez que lo recuerdo no me puedo aguantar. Como
puede ser la gente tan ignorante.
Nosotros no sabíamos qué hacer; cómo reírnos;
cómo parar el ataque de risa que le había dado a
aquel hombre. Una vez que paró de reír, creyendo
que el cachondeo ya había acabado se dispuso a darnos la
clase de Tecnología en serio.
Todos atentos y en silencio para escuchar las explicaciones del
señor Pastor. De repente, nada más empezar a hablar,
la risa le juega una mala pasada y digo mala pasada porque ahí
se acabó la clase formal de Tecnología de ese día;
rompió de nuevo a reír con más ganas todavía
mientras decía:
-No me puedo aguantar. Cada vez que me acuerdo..., esto es “demasiao”.
Claro está, si él no estaba dispuesto a tomarse
en serio la clase de aquel día, nosotros estábamos
menos dispuestos y sí que estábamos dispuestos a
seguirle la corriente –continua o alterna – hasta
el final. La risa invadió a todos los que allí estábamos.
Llorábamos de risa, nos revolcábamos en nuestros
pupitres. Así toda una hora destinada a una clase de lo
más formal y que fue la clase más informal que este
hombre, víctima de un ataque de risa, nos dio nunca. Es
más, no exageraría si dijera que en ese colegio
se diera una circunstancia ni parecida.
Acabada la clase surgió el debate. Todos teníamos
la misma duda: ¿el alumno de 1º de Maestría
le había hecho aquel planteamiento sobre el funcionamiento
de los condensadores creyendo estar en lo cierto o le había
hecho aquellas declaraciones para ver cómo reaccionaba
el profesor por cachondearse un poco de él y con él?
¿El Pastor estaba verdaderamente seguro de que su alumno
le había hecho aquel planteamiento con pleno conocimiento
de causa? Todos coincidimos. No se podía ser tan ignorante
para hacer aquellas declaraciones. La cosa había ido de
guasa y el Pastor había picado y se lo había tragado.
Quizá mis escritos no reflejen como yo quisiera todas estas
anécdotas vividas por mí en la clase, en el dormitorio
o en los campos de recreo, pero pienso que muchas veces si uno
no está en el lugar de los hechos, las cosas por muy bien
que se expliquen carecen de esa salsa que se disfruta estando
en el meollo, en vivo y en directo. Si algún día
alguien lee todas estas memorias que no tienen absolutamente nada
de ficción, que me perdone si no he detallado lo suficiente
algunos aspectos. No soy un profesional de la pluma y lo que escribo
lo hago por afición, recordando unos tiempos pasados muy
felices, los más felices de mi vida sin duda alguna, que
desgraciadamente no volverán. Unos tiempos que fueron...
unos años maravillosos.
Durante este curso tuvimos varias anécdotas con el Pastor
que no se pueden quedar en el tintero.
¡Guti!
¡Guti! ¡Guti!
Si
el año anterior en un examen de Dibujo pilló a Ortega,
eso no quería decir que nadie le volviera a copiar, si
no utilizando el mismo método, usando otro diferente.
Cuando el hombre se encuentra en situación desesperada,
se alía hasta con el diablo, o busca como en el caso que
voy a contar a continuación, maneras de copiar que sorprenden
al más inteligente y al más astuto.
Situación desesperada era la marcha de Pérez Gutiérrez
“Guti” en Tecnología, y debido a esa situación,
como no conseguía aprobar por las buenas, lo intentó
utilizando las artes del que se ve perdido, haciendo trampas.
Un día hicimos un examen de Tecnología. Fue un examen
que no tuvo ninguna particularidad... de momento. La particularidad
vino al día siguiente, cuando una vez corregidos los exámenes,
el Pastor se dispuso a decirnos las notas.
Si en el curso anterior, cuando pilló a Ortega, comenzó
diciendo las notas de los que le precedían, y al llegar
a Ortega saltó, ese día no se aguantó y saltó
antes de decir nota alguna:
-Pérez Gutiérrez. Has copiado.
Guti, contestó sereno:
-No señor, no he copiado.
-¿Me vas a decir que no, cuando tienes contestadas las
dos preguntas al pie de la letra, igual que en el libro?
-No señor, yo no he copiado.
Bueno, entonces supongo que no tendrás inconveniente en
contestarme la siguiente pregunta.
Fueron dos preguntas y algún problema lo que nos puso en
el examen. Le preguntó una de las preguntas; perdón
por la redundancia. Guti la contestó al pie de la letra,
al igual que había hecho el día anterior en el examen.
No sólo quedó el Pastor sorprendido. Todos estábamos
que no salíamos de nuestro asombro, no podíamos
dar credibilidad a lo sucedido, conociendo a Guti.
El Pastor no se conformó e insistió, preguntándole
la otra cuestión. Nuevamente Guti, como si fuera un charlatán,
contestó la pregunta sin la más mínima vacilación.
No se paraba ni a respirar en los puntos y en las comas. La contestó
todita de un tirón.
Aquello era demasiado. Yo no había visto una cosa igual.
Ni yo ni los demás de la clase. Un alumno cargado de suspensos
y que la Tecnología no era su fuerte, ni mucho menos, nos
estaba dejando de un aire. Creo que a alguno se le llegó
a caer la baba.
El Pastor se rindió ante la evidencia y no tuvo más
remedio que admitir que Guti estaba muy bien preparado y que se
sabía la materia al “dedillo”.
Pero no; de nuevo había sido engañado, eso sí,
con un engaño que hubiera convencido a cualquiera.
Lo que hizo el pillín de Guti fue lo siguiente: teníamos
un block de hojas en blanco destinado solamente para hacer los
exámenes. En dos de las hojas había copiado entre
otras las dos preguntas que nos puso el Pastor, pero atención
al detalle, que fue donde estuvo la clave; las había copiado
con un bolígrafo sin tinta, por lo tanto si no echaba uno
la vista muy encima del papel no apreciaba aquellas letras grabadas
con tanta astucia. No tuvo ningún problema en copiar. Después
vendría la segunda parte de todo aquel tinglado. Guti sabía
que debido a su perfección en las respuestas no le convencería
al Pastor y al día siguiente le sometería a un interrogatorio
exhaustivo. Todo lo tenía planeado a conciencia. Una vez
acabado el examen y sin tiempo que perder, se dedicó exclusivamente
a aprenderse de memoria aquellas dos preguntas. La cosa estaba
bien clara; antes del examen eran muchas las preguntas que se
tenía que aprender y con todas no podía. Después
del examen sólo eran dos, y con esas dos bien pudo porque
se las aprendió; vaya si se las aprendió; somos
bastantes los que podemos atestiguarlo. Hasta nuestro profesor
puede dar crédito de ello. Esta vez al Pastor no le quedó
más remedio que rendirse ante la evidencia y ponerle a
Guti la nota que su examen había merecido.
No sé si el Pastor quedó o no conforme, a lo mejor
pensó que su único interés era que supiera
esas dos preguntas como las sabía, y para él era
suficiente. El caso es que a Guti ese día le abrimos las
dos puertas de clase y se sacamos a hombros cual si de un torero
triunfador se tratara. La verdad es que a Guti le teníamos
que haber abierto más veces las dos puertas porque cuando
caminaba abría tanto sus pies que si te cruzabas con él
por un pasillo un poco estrecho lo más fácil es
que te pisara.
Crespo
Durante
el transcurso de otro examen de Tecnología, yo estaba sentado
en la misma mesa que Crespo, un chico de Trasvía (Santander).
Él estudiaba electricidad por la rama de bobinador. Ese
día nos había puesto un examen diferente a instaladores
y bobinadores. Nos mandó colocar de tal manera que no compartieran
la misma mesa dos de la misma especialidad. Yo no tenía
ninguna pega con mi examen, pero los problemas vinieron de mi
compañero de pupitre, al que parece que no le iban bien
las cosas. A los bobinadores les había mandado hacer un
esquema de cierto tipo de motor.
Crespo blasfemaba y blasfemaba porque no hacía más
que equivocarse. Cuando ya no le quedaba ningún nombre
del santoral por acordarse y faltando un cuarto de hora para acabar
la clase, lanzó un excremento contra Dios por vía
oral; pegó un puñetazo en la mesa que hizo retumbar
toda la sala y se salió de la clase sin pedir permiso y
rasgando su examen para tirarlo a la papelera que estaba junto
a la puerta de entrada –que por cierto era la misma que
de salida y la misma que de salida de emergencia-.
Como era un examen, y a pesar de extrañarnos aquella actitud,
no hicimos ningún comentario; todos estábamos dispuestos
para dar el último toque a nuestro examen; mejor dicho,
estaban, porque yo no había podido hacer nada, no me había
dejado Crespo; no me había podido concentrar. Me quedaba
sólo un cuarto de hora para hacer un examen calculado para
una hora y que yo podía haber hecho bien. Ahora los nervios
por hacerlo deprisa podían jugarme una mala pasada. Afortunadamente
pude hacer lo suficiente para aprobar.
Llegada la hora que daba por finalizado el examen, todos entregamos
el nuestro. Todos menos Crespo, que fuera de clase, en el pasillo,
estaba dando otro repaso al santoral.
Si hubiera entregado el examen, aunque lo hubiera hecho mal, su
nota no habría bajado de un tres o un cuatro, que era la
nota más baja que solían poner cuando se había
hecho algo; pero aquella actitud le costó un cero, una
regañina cojonuda del profesor, el correspondiente disgusto
y la burla de toda la clase, que se cachondeaba de él.
Yo también estaba un poco disgustado porque pude hacer
el examen más completo si Crespo me hubiera dejado, pero
no le guardaba rencor; comprendí que momentos malos en
la vida los tiene cualquiera, y aquél casi seguro sería
uno de los peores que había tenido el primo del “Alcalde
de Zalamea”.
Huérfanos
Faltando
un par de meses para acabar el curso, el Pastor se fue a trabajar
a Telefónica, a Madrid. Según habíamos oído,
allí sólo iban los fenómenos, y él
era un fenómeno sin duda alguna.
Para acabar el curso nos llevaron a otro nuevo profesor; también
se apellidaba Pastor, pero no valía ni la mitad; y no quiero
que estas palabras sirvan para quitar ni poner méritos
a nadie.
El “primer” Pastor era un gran especialista en la
materia y el segundo había estudiado Bachillerato Superior
de Electrónica, había intentado seguir con esta
carrera, pero se había quedado en la estacada por falta
de conocimientos o por vocación, y se había hecho
perito agrónomo; algo bastante distinto; según nos
dijeron.
Era una gran persona; muy tímido y con poca personalidad,
debido quizá a la poca experiencia, a la inseguridad o
al flojo desenvolvimiento en una materia en la que no estaba preparado
para enseñar.
A trancas y barrancas iban pasando los días para él.
No sabía ni qué ni cómo explicarnos. Los
exámenes que nos quedaban por hacer, más bien diría
yo, que nos los pusimos nosotros en vez de él. Era un pobrecico.
Aún recuerdo el primer día que nos dio clase. Allí
entró tímidamente, como si le hubieran dado un empujón
mientras estaba descuidado, y le hubieran tirado a una jaula de
leones hambrientos dispuestos a darse un maravilloso banquete
a costa de aquella criatura, y le hubieran dicho: “estamos
en Santiago de Compostela; compóntelas como puedas”.
Sí, un empujón como a los paracaidistas novatos
y poco decididos.
Era de estatura normal: gafas graduadas, debajo de las cuales
lucía una nariz superlativa que la separaba del labio superior
un gran mostacho que le servía para disimular su nariz
desmesurada.
Arrugaba la nariz como si tuviera un tic nervioso, y nosotros
no podíamos mirarle porque nos daba la risa y nos contagiaba
su mueca.
Yo, años atrás, debido a una desviación del
tabique nasal, había tenido ese mismo defecto. Recuerdo
que mi padre me decía: te pareces a “malhuele”.
Cada vez que miraba al profesor me acordaba de las palabras de
mi padre. Alguna vez me quedé con ganas de llamarle “malhuele”.
No sé quién fue el gracioso que tuvo la idea, pero
el segundo día quedó bautizado.
Cuando se dirigía hacia la clase por el pasillo, alguien
se asomó a la puerta para ver si venía y dijo: ahí
viene el “Conejo”.
Si no se habían salvado del mote profesores que aparentemente
no tenían ningún defecto físico, no se iba
a salvar éste, que le tenía bien pronunciado. En
honor a la verdad, reconozco que parecía un conejo.
Mucho nos hizo reír sin querer, porque aquella cara nos
recordaba también algún disfraz de Mortadelo.
Carlos
Valentín Gil
-Diciembre 2014-
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Emilio,
descansa en paz |